9 may 2010

Manuel Bartlett Bautista

El Pochó
Cojóes, tigres y pochoveras
interesantes y curiosas costumbre tradicionales
de Tenosique, Tabasco
Tenosique es una pequeña ciudad del Estado de Tabasco, situada en la margen derecha del caudaloso Río Usumacinta, en medio de la encrucijada que forman los Estados de Campeche, Tabasco y Chiapas y el Departamento del Petén, de la República de Guatemala, región caracterizada por ser un inmenso y espléndido bosque en el que abundan la caoba, el cedro y otras maderas preciosas y tintóreas. Tenosique está precisamente en el centro geográfico de este vasto espacio, cubierto de una vegetación admirable, que constituye la cuenca del Usumacinta; los afluentes de este hermoso río, importantes y numerosos, surcan el terreno en todas direcciones, haciéndolo una de las comarcas más feraces del mundo.

Las tribus que poblaban la región en tiempos precortesianos, pertenecían a la raza maya; pero constituían una familia especial, con sus costumbres peculiares y su lenguaje diferenciado, el Potún, dialecto derivado del maya.

Entre las costumbres peculiares de esta Zona, existe una que se distingue por el hecho de que se haya conservado a través de tantos años con caracteres muy puros, a pesar de sus complicadas ceremonias. Consiste en un juego llamado: El Pochó, que se desarrolla durante los días de las carnestolendas y que principia el 20 de Enero, día de San Sebastián. De ella se ocupará en el presente artículo.

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Pero antes de escribir su presentación, conviene decir algunas palabras. Esta costumbre es exclusiva de Tenosique; no se la encuentra en ninguno de los pueblos cercanos, ni en el resto de la República, y se ignora si existe en la América Central o en la del Sur. Por sus rasgos característicos y por las escasas noticias que se han transmitido tradicionalmente, parece que en los orígenes y durante todo el tiempo anterior a la Conquista, los indígenas la practicaron como una ceremonia religiosa, como parte del culto a sus dioses, pues su carácter místico, que es indudable y claro, así lo demuestra.

Cuando los conquistadores convirtieron a los indígenas al cristianismo, esta costumbre siguió practicándose; pero desde entonces la relacionaron íntimamente con la religión católica, aunque sin formar parte del culto. Y así es como se conserva hasta nuestros días.

Se carece por ahora de datos para exponer lo que esta diversión indígena significa en sí misma y, para no aventurar una teoría, me concreto a describir los actos que la constituyen.

El Pochó, según se ha dicho, es un juego carnavalesco, y consiste en una serie de danzas y otras ceremonias religiosas ejecutadas al compás de una música melodiosa y triste, producida por un pito, instrumento hecho con una caña de carrizo, acompañado de un tambor. El pito es siempre tocado por un anciano, conocedor de todas las partes de la complicada música que tiene que ejecutar durante la representación; generalmente es un artista en su papel. El tambor está a cargo de una persona que conoce el acompañamiento, la cual se encuentra más fácilmente.

Toman parte en la diversión tres clases de personajes: Pochoveras, Cojoes y Tigres. El número de ellos varía de quince a cincuenta, en conjunto.

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Las Pochoveras son mujeres, generalmente de avanzada edad que llevan un traje pintoresco; camisa con tira bordada a la usanza Maya, falda amplia y larga, de un color chillante, un gran paliacate rojo a modo de capa y, por tocado, sombrero de palma ancho, adornado con tulipanes naturales, hermosas flores del trópico parecidas a las amapolas, pero más grandes.

Los Cojoes son hombres disfrazados de un modo extraño. Las prendas principales del disfraz son: una tosca careta de madera con facciones regulares o grotescas, a la que se le ponen bigotes, barbas y cejas de cerda; túnica formada con un costal y otro saco construido con fibra ordinaria, y polainas de “sojol”, o sea fragmentos secos de tallos de plátano. Generalmente llevan en las manos una caña de “jimba”, nombre con que se conoce a la especie del bambú que se produce en Tabasco. La caña mide un metro cincuenta centímetros, y dentro de su cavidad, cerrada por los extremos, ponen gran cantidad de piedrecitas, con lo que se forma un instrumento que sirve para llevar el acompañamiento de la música. El Cojó es el personaje más importante; es el alma de la fiesta. Además de la participación que toma en el conjunto, al desarrollarse la farsa está encargado de dirigir ironías al público y de ridiculizar los hechos y cosas de actualidad. Es una caricatura en movimiento. De ahí que complete su disfraz con sombreros caprichosos, esqueletos de paraguas, jaulas dentro de las que lleva un gato u otro animal, simulando un pajarillo, etc., etc. Y de ahí, también, que los Cojoes deban ser siempre hombres de buen humor y de cierto ingenio.

La tercera clase de personajes, los Tigres, son también hombres disfrazados, simulando esta clase de felinos. Por toda ropa llevan un taparrabo; cubren la desnudez del resto de su cuerpo con una capa de barro amarillo, líquido, que se seca sobre la piel, en la cual de trecho en trecho se pintan manchas […]

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[…] negras. Y, por último, se cubren la espalda con una piel de jaguar (Tigre Americano), que ha sido cuidadosamente obtenida, conservándole la cabeza, la cola y las uñas. La cabeza de la piel debe cubrir la cabeza del “Tigre” y los pies y manos de aquella se cruzan sobre el pecho y la cintura de éste, procurando dejar libertad de movimiento para los brazos y piernas. Como complemento, llevan una provisión de pequeños silbatos de carrizo pendientes de un hilo, y uno de ellos constantemente en la boca, para utilizarlo a la hora de la función. Los “Tigres” deben ser ágiles y fuertes, por eso generalmente son muchachos y hombres maduros. Hay entre ellos una “Tigra” (aquellas gentes forman lógicamente el femenino) con su “Tigrito”, un niño de seis a diez años, con la misma indumentaria bataclanesca, el cual desempeña un papel importante.

Las fiestas del Pochó deben comenzar el 20 de Enero, día de San Sebastián y principio del carnaval. Si esta fecha cae en domingo, la función es en la mañana; si no, lo que generalmente sucede, tiene lugar en la noche. A las siete, en la plaza principal, el tambor llama al público ejecutando una parte del acompañamiento, que se prolonga monótonamente; después llega el pitero, que es el que lleva la voz cantante con su instrumento y enseguida principia la ceremonia. Pero en este lugar aquella es incompleta y por eso se describirá la que se efectúa por la mañana en las casas.

Un domingo cualquiera de carnaval, y durante los “tres días”, a las nueve de la mañana, se presenta en la casa que previamente ha sido designada, un heraldo, que no es otro que el “Capitán del Pochó”, electo el año anterior en la forma que se verá después. Va vestido de paisano, con traje dominguero, llevando en la mano una vara adornada con listones en su parte superior, símbolo de su cargo. Anuncia al dueño de la casa que[…]

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[…] ésta ha sido escogida para que venga El Pochó. El permiso nunca se niega y trae consigo la obligación de obsequiar a todo el personal, y aun al público, con dulces y licores.

Instalados el pitero y el del tambor, principian a tocar. Al compás de la música hacen su entrada las Pochoveras; la que encabeza trae en sus manos una bandera roja adornada con tulipanes, la bandera del Pochó; tomando su derecha bailan alrededor de la pieza, seguidas una de la otra, ejecutando movimientos rítmicos de lado a lado (contoneándose), más o menos como se bailan las mazurcas. Las Pochoveras son silenciosas; durante el baile no pronuncian una sola palabra.

Llegado el momento, el pito varía la música, indicando que deben entrar los Cojoes, quienes irrumpen armando una gran algazara con sus instrumentos de jimba y con gritos, pero siempre al compás de la música, exclamando a intervalos: “¡Cógelo!”, “cógelo”, “cógelo”; rodeando a las Pochoveras, bailan lo mismo que éstas; pero llevando una dirección contraria. La escena tarda quince minutos y durante ella los Cojoes hacen pasar un rato regocijado a la concurrencia, con sus chistes y dichos adecuados a las circunstancias. La concurrencia la forman personas de todas clases sociales.

Como si fuera inesperadamente, el pito anuncia la proximidad de los Tigres. Las Pochoveras se retiran y los Cojoes, dando muestras de pánico, se apresuran a cazar a los Tigres, para lo cual atraviesan en las puertas unas cuerdas, que al efecto caen, sostenidas en sus extremos por dos de ellos.

Los Tigres sortean el peligro con su agilidad, dando un salto. De esta manera entran todos, y ya en la estancia bailan lo mismo que las Pochoveras y los Cojoes, pero siempre inclinados, conservando una actitud de gran flexión de la cintura; […]

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[…] mueven las manos de arriba abajo llevando el compás de la música y suenan el silbato de carrizo. En este momento, el pito y el tambor tocan la primera parte de la música y bailan todos. Los Tigres en medio, alrededor de ellos los Cojoes y las Pochoveras formando el círculo exterior.

De pronto huyen los Cojoes, tratando de ocultarse entre los espectadores y en los rincones de la casa. Pero los Tigres los encuentran, los traen por la fuerza y, arrojándolos en medio de la pieza, continúan bailando, sentándose alternativamente sobre ellos. Cuando parece que ya están anonadados, los Tigres los dejan y se suben rápidamente a las vigas de las casas y a las partes elevadas en donde pueden encontrar un refugio. Los Cojoes vuelven a la realidad y se aprestan a dar caza a los Tigres usando escopetas viejas que portan. Previamente arrojan todas las cuerdas a las vigas y las unen, formando así un grueso cable por donde descienden los Tigres a medida que van siendo cazados. Los Cojoes los reciben en sus brazos y los van colocando uno al lado del otro, con la cara vuelta al suelo. Cuando ya están todos en esta posición, los soplan con sus sombreros y, al indicarlo así el cambio de música, los Tigres resucitan; pero entonces en amigable compañía con los Cojoes, con quienes se unen formando parejas, persiguen a los espectadores, quienes toman parte de esta manera en la escena final de la representación. Cada Tigre, azuzado por un Cojó, procura dar caza a los hombres que se encuentran entre la concurrencia, y cuando logran alcanzar a uno lo levantan metiéndole la cabeza entre las piernas y lo conducen a una tienda, en donde la víctima tiene que pagar algo para sus perseguidores. Esta es la parte lucrativa de la fiesta y constituye el principal incentivo para los que forman parte de ella como actores. Algunos espectadores entusiastas raptan casi siempre al “Tigrito”, y al ser recuperado éste, los raptores están obligados a indemnizar con largueza a la “Tigra”.

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El martes de carnaval, en las primeras horas de la tarde, después de la jornada ordinaria de la mañana, vuelven a tomar el traje de paisano y salen todos, precedidos por las Pochoveras y acompañados sólo por el tambor, a recoger sus pasos, acto que consiste en recorrer rápidamente todos los lugares en que han actuado durante la temporada. El que no asiste a esta ceremonia, está condenado a morir sin ver otro carnaval.

Concluida la parte anterior, proceden a elegir al “Capitán del Pochó”, para el año siguiente: el Capitán tiene a su cargo la misión de conservar el fuego sagrado; debe organizar los festejos, procurando que se lleven a cabo con todos los ritos acostumbrados. Puestos de acuerdo sobre la persona en quien recae el nombramiento, que es siempre un indígena caracterizado, la designación se hace en una forma por demás curiosa: se sitúan tumultuosamente frente a la casa del electo y arrojan al techo piedras, botellas, naranjas y otros objetos. El propietario sale a la puerta y anuncia que acepta el cargo.

Por fin, al entrar la noche, se instalan en la casa del Capitán saliente, con objeto de asistir a la muerte del Pochó, que desde ese momento cae gravemente enfermo. La escena se desarrolla como si la concurrencia asistiera al velorio de una persona. Se recuerdan los incidentes de la temporada, lamentando que haya concluido; se comen tamales y dulces y se escancian café y aguardiente. El tambor debe tocar durante toda la noche, sin cesar un momento; y al despuntar los primeros rayos de la aurora, el miércoles de ceniza, el toque se hace cada vez más lento, indicando que ha empezado la agonía, que dura unos momentos. Cuando el tambor calla, “El Pochó ha muerto”. Los circunstantes dan muestras de una gran pena; se abrazan efusivamente, lloran (algo por sentimiento mítico y algo por efecto del alcohol) y terminan despidiéndose como para emprender un viaje, que durará un año…


México, a 6 de Enero de 1926.

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